Pasame La Sal Por Favor

 “Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con que será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasara de la ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mateo 5:13-18).

Algunos años atrás, escuche una historia muy interesante. Es la historia de un Pastor el cual acostumbraba a llamar por teléfono a aquellas personas que por primera vez visitaban su iglesia. “Mientras él hacia algunas llamadas a personas que habían visitado su Iglesia y habían demostrado interés en hacerse miembros de la Iglesia, una de las mujeres que llame nunca se me olvidara. Ella era la más joven septuagenaria que usted se puede imaginar. Ella confeso que hacía mucho tiempo que no estudiaba la Palabra. Es más, ella se había apartado de la Iglesia hacían muchos años, pero ahora ella quería dedicar su vida nuevamente a Jesucristo.

Al final de la conversación, ella confeso que tenía algunas reservaciones acerca de la gente de la Iglesia y las actividades de la Iglesia. Pero ella sabía que como cristiano, uno tiene que ser parte de la Iglesia. Sin pensarlo mucho, Yo le di la bienvenida a nuestra Iglesia diciéndole, “Usted es una dama salada.” Luego de pensar un tiempo, le mencione que para mí ser salada era una gran alabanza. Bueno, la explicación obviamente no fue adecuada, porque ella llamo a varios amigos y familiares y les dijo a ellos acerca del reverendo irreverente quien la había llamado salada. Ella más tarde me dijo que todos ellos le aseguraron a ella que ella no era una mujer salada sino una muy dulce.”

Esta historia siempre se me ha quedado en la mente porque me trae luz a una de la más importante pregunta que nosotros nos hallamos preguntado: ¿Qué significa ser cristiano? También la podemos parafrasear, ¿Qué significa ser miembro de la Iglesia de Jesucristo? Si es que significa más que otra expresión de nuestro envolvimiento cívico, debe entonces haber una imagen única de los que es ser cristiano. Por cierto, el Nuevo Testamento usa diferentes imágenes que nos llevan más allá de donde queremos llegar. Quizás ninguna es más rara y bellísima que cuando Jesús encargo a sus seguidores a que fueran “la sal de la tierra”. Lo que se necesita—si la misión salvadora de Dios, que comenzó con Jesús, va a continuar—es nada menos que gente salada que no han perdido su sabor.

Es una imagen extraña pero, si tenemos oídos para oír, Yo creo que esto nos habla de volumen o cantidad. Primero, habla de la pregunta que escucho toda la semana: ¿Tendré yo valor? Muchos de nosotros parece que nos estancamos en esa pregunta. La sal era de inmenso valor. Era con lo que se le pagaba a los soldados Romanos (De ahí es que viene la palabra salario) y era vista como un símbolo de algo divino. En los labios de Jesús, la palabra connota el Uno más Rico quien nos ama a nosotros y nos da valor a pesar de nuestros sentimientos. Nuestro valor es dado a nosotros. “Rojos y amarillos, negros y blancos, todos somos de gran precio a su vista,” es una verdad que se la cantamos a nuestros niños y la buscamos como adultos. Que diferencia seria si nosotros recibiéramos la sal de nuestro propio valor y la pasamos a otros.

Esta imagen de sal nos habla de otra pregunta: ¿Habrá algo de tanto valor que continúe a través de los siglos y a través de continentes que dure y prevalezca? Es común para nosotros el quejarnos de la declinación de la moral pero a la misma vez sentirnos sin fuerzas para vivir y pasar estos mismos valores. Es aquí en la conclusión del Sermón del Monte que Jesús nos dice a nosotros que haremos lo imposible a través del poder del Reino de Dios en nosotros. Nosotros tenemos que ser la sal que preserva y tramite los valores que van más allá de básicos instintos. Estos valores son ambos para glorificar al Creador y para liberación de las criaturas.Esto suena muy extraño y como irreal. ¿Son los cristianos de algún valor para este mundo? Juan 17 es un registro de lo que probablemente correctamente se llama La Oración del Señor. A la que nosotros le damos ese nombre es más bien un modelo de oración para sus discípulos. Juan 17 registra a Jesús agonizando, pero a la misma vez triunfante, orando que podamos ser uno, y poder servir a Dios en este mundo. Dios ha proveído lo que se necesita, en Cristo, para que seamos una influencia salvadora, para que seamos personas saladas (con sazón). Nosotros somos de gran precio ante sus ojos, preservando los valores del Reino, penetrando el mundo dándole sazón.

Pero si parece ser una verdad que nunca aprendemos libremente. Un jovencito de 15 años se ofreció de voluntario para enseñar en la clase bíblica para los niños de 4 años. Cuando se le pregunto que él había planeado para la primera lección, el contesto, “Bueno, el plan de la lección dice, “Enséñale que cada persona es un individuo con diferentes potenciales y habilidades; que hay valor en nuestras diferencias… si esto no trabaja, ponlos a hacer conejitos de cera.” Parece ser que es más fácil hacer conejitos de cera que reconocer los valores que Dios le ha dado a cada persona. Cuando Jesús dijo, “Vosotros sois la sal,” era ambos en singular y plural. Toda la Iglesia es llamada a ser la sal, pero como individuo “no te puedes quedar sentado.” Cada grano de sal es importante. Un niño dijo sal es lo que hace a la comida saber mal cuando tú no se la hecha. De esa misma manera, créalo o no, el trabajo de Cristo sufre cuando tú dices que Dios no te puede usar por algo que viene pronto, o tú no eres de valor porque eres muy viejo/a. Tu eres, dice Jesús, “la sal de la tierra.

Había un cantico popular que hablaba de ser “el vivo legado del jefe de la banda.” El jefe de la banda de doce nos ha prometido que su Espíritu estará con nosotros. Ese Espíritu es la sal de la preciosa e invaluable vida de Dios en nosotros. ¡Jesús no dijo que nos convertiríamos en sal; sino, vosotros sois la sal! Tú eres de gran valor. Algunos de nosotros no podemos oír esto muy a menudo. Nosotros constantemente lo dudamos. Dios te creo a ti a su imagen; Cristo murió por ti. ¿Habrá algo más grande que eso? ¿Habrá un llamado más grande que este, que podamos pasar a otros?

Jesús no necesitaba explicarle a un grupo de pescadores el gran valor de la sal en el mundo antiguo. Ellos echaban los peces en canastas con sal para preservarlos.

  • Como la sal de la tierra nosotros somos llamados para preservar los valores que en realidad cuentan. Esto no quiere decir que somos guardas de museo protegiendo cada tradición humana. Este ha sido el problema de la Iglesia. Nosotros a menudo mantenemos tradiciones y perdemos gente. Hay una historia que dice que los ministros presbiterianos usaban sombreros en el pulpito siguiendo el gran ejemplo de Juan Calvino. Nadie recuerda como comenzó esta tradición hasta que se descubrió que Calvino predicaba en una vieja catedral donde los pichones hacían sus nidos en las columnas. Su sombrero era necesario para su defensa. Había nacido una tradición que no necesitaba preservar cuando los pichones se fueron.
  • Lo que nosotros hemos sido llamados a preservar es gente. En los siglos pasados de la Iglesia, aquellos que eran bautizados se les ponía un grano de sal en la lengua. Quizás era un recordatorio del cuerpo de Cristo llamado para preservar el sabor del compromiso en el convertido. Era también un recordatorio para que la Iglesia fuere la Iglesia. Nosotros también somos llamados para preservar los valores del Reino aquí en la tierra. Eso quiere decir pararnos firme en nuestra creencia de que la vida es un regalo y que todas las personas son valiosas. Eso quiere decir pelear contra las fuerzas que tratan de humillar a alguien… incluyendo los inválidos, los ancianos, las viudas, el huérfano.
  • Por supuesto que la clave es: si la sal es de valor… si la sal es de valor, es para preservar, y tiene que penetrar. La calidad de vida descrita en la beatitud no hará ninguna diferencia a menos que no penetre en la gente, en la institución y en la estructura del mundo. Dios trabajando en nuestras vidas significa sal que es salada y que arde pero también sana. Dios trae juicio como también trae gracia. ¿Cómo nosotros podemos saber el poder el conforte perdonador de Dios si negamos el poder del juicio de Dios en nuestros pecados? Un escritor de novelas nos recuerda que no dice ¡Vosotros sois la miel del mundo, sino, la sal de la tierra! Ser la sal de la tierra, ser la Iglesia de Jesucristo, significa pararse firme en contra de lo que creemos que es mal y ofensivo. Lo peor no es ser rechazados por la postura que hemos asumido; lo peor, dice Jesús, es ser sosos, sin sabor… sal que ha perdido su sazón. En el análisis final, la sal es las buenas noticias de Jesucristo que penetra nuestras vidas y comienza el largo proceso de hacernos nuevas criaturas. Este mismo proceso se paraliza cuando nosotros aguantamos ese mensaje que transforma al mundo. Nosotros no podemos mantener esa sal en el precinto del templo; nosotros no lo podemos sazonar, suavizarlo o endulzarlo. Si nosotros vamos a retener su poder penetrante en nuestras vidas, debemos estar preparados para pasar su sazón a otros.

Que Dios te bendiga y te guarde. Haga Dios resplandecer su rostro sobre ti, y haiga en ti Paz. No te olvides que eres la sal de la tierra. Dale sazón a alguien.