Cuando creemos que las cosas son, pero no son.

Por el Pastor Arnaldo Bristol

Cuenta la historia de una familia que aparentemente funcionaba normal. Un padre abnegado, conservador, espiritual pero… Una madre ejemplar, callada, sumisa entre otras muchas y una joven con anhelo de poder sonreír y gritar soy feliz.

La historia relata que este padre siempre fue bien luchador, amante de las cosas del Señor. Quiso siempre que todas las cosas funcionaran en la manera correcta y a su modo. Pensaba que todo había que hacerlo como él creía, como él pensaba pues entendía que era lo mejor para todos. Este padre pensaba que todo estaba bien.

La madre nunca pronuncio una palabra o gesto que contradijera lo que el esposo decía o hacía. Pues siempre aprendió que la mujer sabia edifica la casa y que hay que ser sumisa como manda el Señor. Esta oraba al Señor pidiéndole que su esposo tuviera un gesto de amabilidad donde le pudiera dejar expresar su sentir. Lo hacía con temor a no ser escuchada. Se preguntaba: ¿Qué pasaría si me escucha? ¿Lo ofenderé? ¿Podrá sentirse decepcionado de mí? Entre otras muchas más. Un sufrimiento que no manifestaba públicamente, pero que condenaba por dentro su alma.

No olvidemos la hija. Muy observadora de la disciplina de sus padres. Orgullosa de ellos hasta cierta manera. Siempre estaba callada, con deseos de hablar y expresar sus sentimientos, presa de un sufrimiento que nadie imaginaba pues todos pensaban que las cosas eran como eran, que todo estaba bien. Esta joven crecía llena de un resentimiento de ver como su padre quería el dominio de todos, aunque entendía que el procuraba siempre su bienestar. De su madre se quejaba por permitirle a su padre que la marginara de esta manera. Ambas eran libres viviendo en sus propias prisiones.

Un día sucedió lo que nadie imaginaba. Ambas mujeres decidieron revelarse enfrentando al hombre. Expresaron sus sentimientos dejándole saber que a pesar de sentirse orgullosas de el por todo lo que había hecho de alguna manera por ellas, también tenían y sentían una mezcla de sentimientos encontrados hacia él. Eres injusto. Nos has mantenido como prisioneras. No hemos podido acercarnos a ti como quisiéramos por tu aspereza y rigidez. Cuanto hace que no pronuncias un te quiero, un te amo. Cuanto tiempo hace que no te sientas a preguntar cómo nos sentimos. Está todo bien, como puedo ayudarte. Tu presencia siempre ha estado con nosotros, pero tu demostración de amor ha sido ausente. Ya no podemos más, queremos abandonarte. Queremos vivir y ser como cualquier persona normal, libre. Lo sentimos pero no podemos más.

Quizás esta pueda ser tu historia. Reflexiona antes de que sea tarde. Muchas veces pensamos que siendo buenos proveedores lo es todo. Ser hombre, esposo y padre es mucho más que eso. No podemos pretender que todo lo que vemos está bien. Debemos como buenos sacerdotes buscar en que estamos faltando o fallando.

Dios te bendiga.

Dr. Alfonso Díaz

Ministerio Creando Conciencia

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